Siempre que pienso de dónde viene mi pasión por el diseño gráfico, me viene a la mente el Carlos de 13 a 15 años, que pasaba las tardes creando sitios web fan con Dreamweaver para un juego online llamado Habbo Hotel. Ahí fue donde empecé a investigar, a aprender por mi cuenta… y, sobre todo, a jugar a diseñar. Podía pasar horas ajustando colores, degradados, márgenes y paddings. Era mi forma de divertirme.
Todavía recuerdo los títulos de los cursos que encontraba en YouTube, como “Illustrator de 0 a 100”, o lo cabezota que era cuando algo no me salía y me pasaba horas buscando mini-tutoriales en Google para dar con la solución.
Años después, gané mi primer concurso en 99designs, una plataforma que conecta a diseñadores con clientes. Aún recuerdo la emoción de abrir el e-mail que me avisaba de que había sido el ganador elegido. Vinieron muchos más después de ese, junto con varios proyectos one-to-one.
Aprendí francés con un profesor en YouTube y viví en París durante casi seis años. Fui Au Pair, trabajé en McDonald’s, en Apple… y aunque mis ingresos no venían del diseño gráfico, seguía aceptando encargos puntuales de antiguos clientes.
Volví a España con una idea clara: quería explotar mi faceta creativa. Me formé en un máster de Diseño Gráfico y UX/UI porque me atraía especialmente el diseño de apps móviles —aunque también trabajamos productos digitales como sitios web o dashboards. Aprendí muchísimo, pero sobre todo, volví a revivir esa sensación de perder la noción del tiempo delante del ordenador, diseñando.
Ahora lo tengo claro: mi propósito es crear productos que emocionen, que sean útiles, que conecten con las personas y estén pensados para ellas. Diseños que transmitan, que dejen huella y que no tengan barreras.
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